Rebeca Grynspan, Secretaria General Iberoamericana, admite que la participación de la mujer en política en la región ha avanzado enormemente en los últimos años.

Puede parecer complicado encontrar optimismo dentro de la política, pero siempre hay una luz al final del túnel. Y Rebeca Grynspan es optimista. Su esfuerzo en el desarrollo y, sobre todo, su visión de un mundo mejor la llevaron a ser elegida –por unanimidad– secretaria general iberoamericana. Rebeca Grynspan habla sobre igualdad, violencia de género, juventud y futuro en su despacho, en la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB).

¿Cuántas veces ha visto cambiar el mundo?

En lo que va de mi vida, muchas. Recuerdo con mucha nitidez, además de los años en el colegio, los cambios en los años 70 en el mundo. Cuando entré a la universidad, en el 73, era una época de gran efervescencia en la juventud. Esa inserción en la universidad y en la política universitaria en la que participé marcó mucho mi vida.

¿Cómo era esa participación?

En toda la universidad había un elemento de beligerancia, es cierto, pero también era bastante constructiva, porque había propuestas. No era solo defensiva, sino también propositiva. Yo participé en una política universitaria que trataba de tener un movimiento más transversal y que uniera a gente muy diversa en una dirección para mejorar la universidad.

Usted pertenece a la primera generación de una familia de emigrantes que nació en Costa Rica. ¿Cómo vivió la evolución de esa tierra que ‘no era la de sus raíces’?

Bueno, siempre sentí Costa Rica en mis raíces. Mis primeros años se desarrollaron en la zona rural del país. La infancia que tuve fue en un lugar realmente pobre. Nosotros íbamos a visitar a mi abuela, que vivía en la capital, en San José, y era una travesía larguísima. Debíamos tardar más de dos horas por una carretera sinuosa, llena de curvas.

Hace poco estuvo usted con Lenin Moreno, presidente de Ecuador. ¿Qué preocupaciones le transmitió sobre la región?

Yo viví mi evolución del servicio público de Costa Rica a lo internacional como una continuación, porque al final, lo que soy, es una servidora pública. El pasar a las Naciones Unidas tiene ese mismo significado. Cuando uno viaja entiende que hay diferencias culturales, pero cuando uno trabaja en una institucionalidad diversa, es más que entender que hay diferencias, es saber cómo manejarlas, cómo vivir en ellas, cómo respetarlas y cómo no hacer nada que las agreda. Muchas veces no nos damos cuenta que nuestras actitudes culturales, forma de hablar o de saludarnos, pueden ser malinterpretada en otras culturas.

Según datos de la Comisión Ecuménica de los Derechos Humanos, Ecuador cuenta con 132 casos de feminicidio (hasta el 24 de octubre de 2017).

Y desgraciadamente, tengo que decirle, que no es solo en Ecuador. Es triste que hayamos tenido que legislar una figura específica para la muerte de las mujeres, que no es una muerte natural ni esperada, sino un feminicidio. Latinoamérica es una de las regiones que ha legislado más sobre ello, porque ha reconocido este fenómeno de esta manera. Por un lado, nos parece bien que hayamos encontrado una figura específica para que la ley avance y refleje lo inaceptable de la situación. Pero por otro lado es muy triste tener que hacerlo. Definitivamente, la violencia contra las mujeres es un tema que no solo nos ha preocupado, sino que nos ha ocupado mucho en nuestras tareas. Los números son muy desoladores. Hay que entender que la violencia es un tema de poder.

Es la primera mujer en ocupar el cargo de secretaria general Iberoamericana. ¿Empieza a dejar de ser utópico que las mujeres tengan poder político en el siglo XXI?

No, no lo es. Lo bueno es que hemos avanzado enormemente en la región en los últimos años respecto a la participación política de la mujer. También es importante destacar el empoderamiento económico de la mujer, así como otros huesos duros de roer en el pasado. El acceso a la educación, por supuesto, fue una batalla enorme, pero hoy en día, los dos huesos duros de roer son el poder económico y el político. Lo malo es que todavía no estamos donde debemos estar. También me preocupa que estamos peor hoy que en 2014.

Trabaja con Mariangela Rebuá de Andrade Simõe, secretaria general adjunta y María Andrea Albán Durán, secretaria de cooperación iberoamericana, ambas mujeres.

¡Por primera vez! La secretaria adjunta es de Brasil y Albán de Colombia. Muchas veces me dicen que es discriminación, pero es que durante muchos tiempo también hubo tres secretarios adjuntos y de cooperación (hombres). Algo está cambiando en el mundo… para bien.

La Secretaría General Iberoamericana trabaja con una campaña llamada ‘Diferentemente iguales’ para acercarse a los jóvenes. ¿Cree que también se apartó a la juventud?

Sí. Creo que la frase “los jóvenes son el futuro” no les ha ayudado, porque el presente se vuelve elusivo. A mi generación le ha costado entender cuáles son las formas de participación de los jóvenes. Muchas veces decimos que no participan, pero porque no lo hacen como nosotros participamos. Creo que los jóvenes tienen que hacer un esfuerzo por saber de dónde venimos. Para mi generación, la democracia es una conquista, no un dato. Nosotros juzgamos la democracia por su valor intrínseco. Siento que hoy en día la democracia está acomodada y se la juzga más en su funcionalidad, en su eficiencia y eficacia, y no en su valor intrínseco. La democracia tiene que ser igual para todos, pero eso requiere una conversación. 

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